“Cuando el orgullo herido busca abrigo, es la selva quien lo abraza y le ofrece un nuevo nombre bajo la lluvia.”
Cuando el horizonte andino comienza a teñirse de guerra y traición, un pueblo desafiante se niega a doblar la rodilla ante el poder creciente del Tahuantinsuyo. Son los Chancas, célebres por su bravura y por su férrea voluntad de no ser vasallos. Derrotados en la sangrienta batalla de Yawarpampa por el príncipe Cusi Yupanqui (futuro Pachacútec), los sobrevivientes emprenden una huida desesperada hacia lo desconocido.
Al mando de Ancohallo (caudillo rebelde y símbolo de la dignidad vencida) cientos de hombres, mujeres y niños cruzan quebradas, ríos y cejas de montaña, buscando en la espesura oriental un nuevo comienzo. Las crónicas antiguas hablan de un éxodo silencioso y prolongado. Unos se detienen en los valles altos del Huallaga, otros descienden hacia el Mayo, dispersándose en pequeños grupos que adoptan la selva como refugio y destino.
En estas tierras encuentran no solo riqueza natural, sino también resistencia. Las tribus que ya habitan la región defienden sus espacios, sus dioses y sus costumbres. El choque entre mundos es inevitable. Pero el tiempo, con su arte paciente, termina por forjar algo nuevo. Las chancas logran asentarse en zonas estratégicas (colinas altas, sabanas fértiles) desde donde organizan sus nuevas comunidades. Su lengua quechua, su visión del mundo y su estructura de clanes se mezclan lentamente con los saberes amazónicos.

Autores como F. Izquierdo (1979) encuentran indicios de este origen en la organización de los barrios actuales, en los apellidos, en las formas de autoridad, e incluso en los rasgos físicos de la población. Estudios como el de Frisancho (1974) refuerzan esta teoría: a pesar de siglos de mestizaje, los quechuas selváticos conservan huellas genéticas propias de los pueblos de Andahuaylas, cuna de la nación chanca.
La presencia de nombres como “Ancohallo” en barrios altos, y la persistencia de relatos orales que hablan de caudillos llegados desde el altiplano, refuerzan esta memoria compartida. La selva no borra el pasado: lo transforma. Y en ese cruce de caminos entre la derrota y la esperanza, los Chancas encuentran en estas tierras un nuevo origen.



