Entre hilos y memoria: la vestimenta lamista

“Cada pollera y cada chumbe no solo cubren el cuerpo, también envuelven la historia, los sueños y el orgullo de un pueblo que aún late en sus colores.”

La vestimenta de los lamistas no es solo un conjunto de telas y adornos: es un relato vivo de resistencia, creatividad y memoria. Cada prenda, cada color y cada detalle guarda el eco de la historia, desde los días en que solo usaban el taparrabo hasta la apropiación de ropas españolas tras la conquista. Hoy, la ropa es símbolo de identidad y orgullo, al mismo tiempo que conserva los matices de una cosmovisión profundamente ligada a la naturaleza y a los ancestros.

La mujer lamista

La mujer viste la pollera negra o azul oscuro, teñida con la sabia de la planta llangua, cuyo proceso de maceración fija para siempre el color en la tela. Esta prenda, usada a diario, se transforma en un abanico de tonos vivos (amarillo, verde, turquesa, fucsia) cuando llega la fiesta patronal, convirtiéndose en vestimenta de gala. La blusa, casi siempre blanca, se borda con grecas y colores que iluminan el pecho y las mangas recogidas. En la cintura ondean pañuelos multicolores, mientras que en la cabeza brillan cintas del arco iris, símbolo de fertilidad según su cosmovisión.

Los accesorios son parte esencial del atuendo: maquimullos en las muñecas, collares multicolores en el cuello y zarcillos que cambian de dorados y plateados a negros en tiempos de luto. La mujer lamista convierte su cuerpo en un lienzo que habla de alegría, duelo y continuidad cultural

El hombre lamista

El hombre, por su parte, porta el warao tacsha cotón, un pantalón negro o azul oscuro, antes confeccionado de algodón y teñido también con llangua. Lo acompaña la camisa fila botón, sencilla pero cargada de color en sus detalles. En la cabeza, un pañuelo rojo recuerda la sangre derramada por los ancestros guerreros, aunque también se usan tonos intensos.

La cintura se ciñe con la chumbe, una cinta tejida de diseños geométricos, aves o peces, símbolo de utilidad y ornamento. Antiguamente, el bivirí blanco teñido de celeste formaba parte de la costumbre ancestral, y aún hoy los adultos de las comunidades lo conservan, andando con orgullo descalzos por las calles. Su ropa, más que abrigo, es testimonio de funciones prácticas y espirituales: protege del clima, resguarda la dignidad y embellece el cuerpo con la huella de su cultura

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