Patrona de Lamas: Santa Cruz de los Motilones

La Fiesta de la Cruz, también conocida como Santa Cruz de los Motilones, es una de las celebraciones más antiguas y significativas de la ciudad de Lamas, en la región San Martín. Instituida en tiempos coloniales por los misioneros españoles, esta festividad conmemora a la cruz como símbolo cristiano de victoria y protección espiritual. No obstante, con el paso del tiempo, la fiesta ha sido apropiada por la población lamista y resignificada como una expresión de identidad local, mezcla viva de devoción, tradición y alegría popular.

La celebración tiene lugar en el casco urbano de Lamas y es organizada por familias locales conocidas como “cabezones”, quienes asumen el compromiso de custodiar y rendir homenaje a la cruz durante todo un año. A diferencia de otras fiestas del calendario lamista, esta no pertenece al barrio indígena Wayku, aunque sus pobladores pueden participar como músicos o visitantes. Sus orígenes se remontan al siglo XVII, tras la fundación de la ciudad como “Santa Cruz de los Motilones” en 1656, en honor a la Santa Cruz que, según la tradición española, habría intervenido en la victoria cristiana en la batalla de las Navas de Tolosa (1212).

La festividad se desarrolla anualmente entre el 7 y el 16 de julio, teniendo como fecha central el 16 de julio. Comienza con el tradicional albazo, una serenata nocturna que marca el inicio del tiempo festivo. Durante más de una semana, las calles de Lamas se llenan de música, danzas, rituales y comidas compartidas.

Fiesta, memoria y reencuentro del pueblo lamista

El culto gira en torno a la cruz, que es trasladada desde la iglesia hasta la casa del cabezón. Allí se le rinde homenaje con velas, rezos y música, convirtiendo el hogar en un espacio sagrado y comunitario. Entre los momentos más destacados se encuentran:

  • La misa solemne y el pregón, que abren oficialmente la festividad.
  • Las pandillas, danzas colectivas en las calles, con coreografías espontáneas y circulares al ritmo de música amazónica.
  • La música tradicional, interpretada con tambores, quenas, bombos y guitarras, genera un ambiente festivo y envolvente.
  • La comida ritual, donde se comparten platos típicos como chancho asado, tortillas, gallina, rosquitas y bebidas tradicionales como el uvachado o el indanachado.

La visita a casas y calles, que se convierten en espacios abiertos de reencuentro y alegría colectiva.

Aunque nació como una imposición religiosa, la Fiesta de la Cruz ha sido reconfigurada por los lamistas como una expresión de pertenencia, devoción y vínculo comunitario. Hoy representa la fe popular, la memoria de los antiguos motilones, y la fuerza de una cultura que (sin negar su pasado colonial) lo resignifica desde la alegría, el encuentro y el orgullo por lo propio. En cada pandilla, cada rezador y cada plato compartido, late el pulso de un pueblo que celebra con el corazón abierto y los pies danzantes.

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